miércoles, 18 de febrero de 2015

El origen del viento

Calma chicha. Vuelve esa sensación de no saber qué terreno estoy pisando. Una sensación que lleva más de un año sin presentarse. Tengo la intuición de que son arenas movedizas. Pero, en honor a la verdad, siempre tengo la intuición de que son arenas movedizas. Me sorprende ya sólo el hecho de admitir la posibilidad de que no lo sean. ¿Estoy dejando abierta una ventanita porque la percepción esta vez es en realidad distinta? ¿O es que estoy cambiando? ¿Estoy dejando de ser pesimista? ¿O es que las circunstancias de esta situación me "obligan" a no cerrarla?

Llevo un par de semanas navegando por aguas cambiantes. Al principio eran unas aguas cálidas y cristalinas; no reflejaban el cielo, reflejaban la sublimidad de la calma reinante. No tardaron en volverse turbias, perturbadas por un viento que provenía de mis entrañas. Era yo quien enturbiaba las aguas. Era yo el que no soportaba la calma.

Ahora, la procedencia del viento parece haber cambiado. No germina en mi interior. Sin embargo, aún no puedo decir que la causa de ese viento no sea yo. No nace de mi alma, pero quiero pensar que nace de mi piel. Y digo "quiero pensar", porque lo que no quiero pensar es que proviene de la piel de otro. O, peor aún, de otra esencia asediada por la duda.

Lo que parece claro es que el viento nunca dejará de soplar. Quizá sea egoísta; de hecho, es egoísta, pero prefiero ser yo la fuente que haga brotar el mismo. Me gusta disfrazar mi inseguridad pensando que yo tengo fe en mi capacidad de gestionar los destrozos que causa. ¿Puedo decir lo mismo del que está enfrente?

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